Supongamos que un día se te ocurre decirle a una persona de nivel cultural medio que la teoría de la relatividad es errónea y que Einstein estaba equivocado. Lo más probable es que esa persona piense que no estás en tus cabales. Y lo más probable también es que esa persona tampoco sepa explicarte la teoría de la relatividad. Su reproche hacia tu actitud se funda en un razonamiento científico sino en que tu actitud se aparta de las convicciones dadas por buenas por la mayoría, convicciones cuya contravención entra en el ámbito de la ignorancia, del sinsentido y de la irracionalidad. En el fondo es lo mismo que podría ocurrir si en la sociedad católica de antaño osaras decir que el misterio de la Santísima Trinidad es una majadería.
No se trata de comparar o contraponer lo que es la teoría de la relatividad con lo que es el misterio cristiano. De lo que se trata es de realzar la similitud hasta el punto de hacer equivalentes la fe del carbonero del que defiende una cosa y defiende otra porque lo dicen las autoridades científicas o eclesiásticas pero sin ser capaz de argumentar por si mismos una cosa u otra.